¡Buenos días!

Hay muchas formas de morir en Gaza. Se puede morir por un bombardeo, por falta de asistencia médica o se puede morir de hambre. Puestos a elegir, morir en una explosión es al menos más rápido. Este es el mensaje que ayer envió Kayed Hammad, uno de los supervivientes de tanta atrocidad, a Mikel Ayestaran para que nos lo hiciera llegar al recibir en Barcelona el premio Ortega y Gasset. Justo el día en que Israel acordó la ofensiva final para la conquista de Gaza y su ocupación permanente. 

El plan tiene nombre bíblico: Los carros de Gideon. Antonio Pita nos cuenta que se ejecutará por fases y comportará un nuevo desplazamiento masivo de palestinos, ahora concentrados en el norte, hacia el sur, a un espacio todavía más pequeño. Hasta ahora, el ejército hacía incursiones para combatir a Hamás, y se retiraba. Ahora se quedará. Para eso ha movilizado a miles de reservistas. El plan incluye arrasar lo que queda de Rafah, la línea roja que Joe Biden puso hace un año a Netanyahu. Pero Biden ya no está y Donald Trump no solo no frena, sino que alienta. 

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Ya se ha visto en que ha quedado su mediación. Después de dinamitar el alto el fuego y llevar a Gaza al borde de la hambruna con un cerco alimentario inhumano, Israel se dispone ahora a completar su plan de vaciado con total impunidad.

Cada día tenemos alguna noticia sobre la agenda de Donald Trump para sembrar el caos. El domingo anunció un arancel del 100% para las películas producidas fuera de EE UU, y el lunes la industria de Hollywood cayó en la bolsa. Y como la política de expulsión de extranjeros no le está dando los resultados esperados, ahora promete 1.000 dólares a los inmigrantes indocumentados que abandonen voluntariamente el país. Después de haberlos perseguido, atemorizado y de haber puesto en marcha la maquinaria de deportación que nos detalla aquí Nicholas Dale, ahora pretende convencerles para que se autodeporten. Por 1.000 dólares. También ahí hay un cálculo monetario: cada deportación le cuesta de media 17.000 euros, así que si logra convencerlos le saldrá mucho más barato. 

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El magnate-presidente se esfuerza por sacar provecho del caos que genera dentro y fuera de Estados Unidos...

No ha terminado con el sufrimiento en Gaza, no consigue que Putin le siga el juego en la guerra de Ucrania y la guerra comercial sigue en un punto extraño en el que no se sabe si va o si viene y los resultados empresariales del primer trimestre acusan la caída de expectativas. No, las cosas no le van como esperaba. Esta tribuna de Barry Eichengreen, profesor de Economía de Política de la universidad California Berkeley, ofrece datos esclarecedores:

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• A Trump se le vuelven las cosas en contra. Ante el envite de la guerra comercial, China no grita, pero actúa. Una sola medida, relativa a las tierras raras, le ha bastado para darle la vuelta a la guerra de los aranceles. Y hay muchas más. 

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Como China, otros países tienen ya claro que lo mejor que pueden hacer es salir cuanto antes de la órbita de su arbitrariedad. Es el caso de Canadá, que se plantea su nuevo lugar en el mundo sin Trump. La dependencia de EE UU sigue siendo grande, pero el nuevo primer ministro, Mark Carney, quiere ampliar sus relaciones comerciales con Europa y otros países. Ursula Von der Leyen y Emmanuel Macron anunciaron en París un plan para atraer científicos damnificados por los recortes y las persecuciones de la administración norteamericana. 

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• También Alemania está de duelo por una relación trasatlántica que ha durado ocho décadas y que incluye hitos como aquella famosa frase de John F. Kennedy “yo también soy un berlinés”. El nuevo canciller, Friedrich Merz tendrá que afrontar el dilema de “independizar” a su país de EE UU o reconstruir el vínculo sobre otras bases. Nos lo explica Marc Bassets.