¿Usted qué le pide las películas, a las series, a los libros? ¿Evasión o realidad? Yo, lo admito, me muevo según criterios de confort. Este verano compré un ejemplar de La soledad era esto, de Juan José Millás, en Códice, una librería de viejo de Málaga, porque tenía en la portada un bodegón precioso de Georgia O’Keeffe: es el típico caso que confirma que los libros antiguos son mucho más bonitos que los nuevos. Lo compré también porque, al hojearlo, advertí que la acción transcurre en el norte de Madrid, que es el de mi infancia: el final de la Castellana, Plaza de Castilla, López de Hoyos, ¡El Corte Inglés! Es un Madrid bastante nuevo y que no suele formar parte de la trama de ningún clásico de la literatura.
Pero claramente no sedujo mucho al primer propietario del libro, que lo fechó en Benalmádena, en 1990, y no se ahorró comentarios. Hacia la mitad, apuntó en la esquina de una página: “Elena no se nos hace muy simpática”. Un poco más allá, afirma que “su reacción ante el adulterio y la muerte la hacen insensible”. Y debió ser al terminar de leerlo cuando decidió tunear el nombre del autor en una de las guardas y dejarlo en “Juan José, tira Millas”. A mí sí me gustó, y no solo porque Elena camine al Corte Inglés bajando por López de Hoyos.
Para cualquiera de menos de treinta años hablar de la España de 1989 suena prácticamente a los reyes godos. Precisamente por eso la ficción funciona mejor que la hemeroteca. En la entrevista al actor Miguel Herrán, hombre de portada del número que lanzamos este sábado, Jaime Lorite Chinchón le pregunta si cree que hay un interés renovado en el audiovisual español por contar nuestra historia reciente. “Yo creo que hay que ser conscientes del lugar del que venimos para poder ubicarnos en el presente. Cuando hablan de que España es un país supermoderno… España, literalmente, era una dictadura hace 50 años. Y 50 años no son nada”, responde Herrán, que interpreta a un militar de la División Azul atrapado en un gulag kazajo en su próximo estreno, La tregua (Arón Piper, otro hombre de portada ICON, hace de capitán republicano).
La ficción se ha convertido en el espacio más civilizado al que trasladar debates que antes se discutían en la arena política: tiene lógica porque la política se ha convertido en una película de terror. Otro ídolo de masas, el cantante Pablo Alborán, debuta esta temporada en Respira, la serie de Netflix ambientada en un hospital público de Valencia, adonde va a parar una política enferma de cáncer que aboga por la privatización. “Lo de Respira es muy bestia”, le cuenta a Guillermo Alonso en la entrevista, que podrán leer en nuestra web la semana que viene. “Yo acababa de llegar de acompañar a un familiar que pasó por un trasplante de médula y por quimioterapia y se ha curado. Y estaba en mi casa, en el estudio, cuando me llamó [su representante] Antonio Rubial y me dijo: Pablo, te quieren hacer una prueba para Respira. Y yo: ‘Antonio, ¿es la serie del hospital público de Valencia? ¡Que vengo de Valencia, de un hospital público de Valencia!”.
Supongo que lo que queremos ver o leer, y lo que esperamos obtener, va cambiando. Mi padre, por ejemplo, hace tiempo que no quiere saber nada de dramas aunque, me dice ahora, el otro día vio “una de Ken Loach” (“Pero la menos tremenda”, interviene mi madre). Yo soy poco de cine social pero fui a ver Materialistas y me dio bastante gusto. Básicamente, todo lo que le pido a una película: diversión, buenos diálogos y un poquito de compromiso. Volviendo a mi pregunta inicial: ¿qué le pide usted?
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