Unos ocho millones de niños en España regresaron a las aulas el pasado lunes. Por las calles de Madrid, desde donde escribo, se los ha visto felices, estrenando mochilas o contando a sus padres lo que ha ocurrido con sus amigos estos primeros días. A miles de kilómetros, en África, Asia, Oriente Próximo y América Latina, otros pequeños han vivido retornos muy distintos o, incluso, ni siquiera han podido volver a las aulas. Según Unicef, hay 272 millones de niños desescolarizados en el mundo. Esta cifra podría aumentar a 278 millones en 2026 si continúan los recortes de financiación al desarrollo y el déficit de recursos para atender las emergencias humanitarias.
Hace unos días, para un reportaje publicado en Planeta Futuro, hablé con directores nacionales de las ONG Educo y WeWorld en el Sahel, Bangladés, Bolivia y Afganistán para entender los principales obstáculos a los que se enfrentaban los niños, niñas y jóvenes para gozar de su derecho a la educación. “Parece que la comunidad internacional se ha rendido con el Sahel”, me decía por teléfono, desde Senegal, Edouard Ndeye, director regional de Educo. En países como Burkina Faso, Níger y Chad faltan, según explica, no solo recursos para la educación, sino para contener la inseguridad o enfrentar las cada vez más fuertes inundaciones. Desde Bangladés, otro portavoz de Educo me contaba cómo un centenar de programas educativos ha interrumpido operaciones porque su presupuesto dependía de USAID. En Bolivia, al otro lado del mundo, las aulas se han visto obligadas a cerrar por cuenta de varios brotes de sarampión y de los incendios que han arrasado con las selvas del país y han incrementado los niveles de contaminación hasta límites insalubres. Que los niños no puedan ir a clases presenciales no solo afecta su aprendizaje, sino que impide su acceso a otros derechos, como el de una alimentación saludable. Hoy, de hecho, Silvia Laboreo y yo publicamos un artículo sobre las últimas cifras de obesidad, ahora el primer problema de malnutrición en los niños entre 5 y 19 años. Además, explicamos cómo los comedores escolares podrían prevenir estas enfermedades.
Pero, volviendo al regreso a clases. Lo cierto es que Afganistán, definitivamente, “suspende” en garantías al derecho a la educación. Este curso, más de 2,2 millones de niñas no han podido ejercer su derecho a la educación por cuenta de las restricciones del régimen talibán. El número podría escalar a los cuatro millones a 2030, alertaba Unicef, si las prohibiciones se mantenían. Para rematar la desesperanza en Afganistán, el terremoto que sacudió la provincia de Kunar el 31 de agosto, no solo dejó un saldo de 2.200 muertos, sino daños en al menos 40 escuelas de la zona. Los niños y ―y las niñas hasta sexto grado― no podrán volver a clases en esa región devastada.
Precisamente, desde Planeta Futuro también hemos puesto la mirada en esta catástrofe. Zahra Joya y nuestras colegas de Rukhshana Media estuvieron en Kunar, entrevistando a los sobrevivientes. Casi todos los testimonios coincidían en que la mayoría de fallecidos eran mujeres ―que estaban en casa― y niños. Acnur, además, se mostró preocupada por la falta de personal humanitario femenino en el país para atender sus necesidades específicas. En un país donde ellas no cuentan, cualquier tragedia se agrava.
Para despedirme (de esta semana y de esta Newsletter, ambas un poco amargas), también quiero recordar que en Burkina Faso no todos cuentan, a ojos de la junta militar. Èlia Borràs ha hablado con personas LGTBI afectadas por una nueva ley en ese país africano que penaliza la homosexualidad con prisión y multas. “Los homosexuales seguiremos existiendo, pero ahora nos obligarán a permanecer en el ámbito privado”, resumía un miembro del colectivo.
¡Hasta la próxima semana!
|