¡Hola!
Soy Guillermo Alonso, editor web de ICON. Hoy, 13 de marzo, se cumplen cinco años desde que Pedro Sánchez anunció el estado de alarma y bueno, a partir de ahí, ya sabe cómo fue la cosa. Para recordarlo (no usaremos aquí el verbo celebrar) hemos publicado un reportaje en el que hablamos con varias personalidades para preguntarles cómo recuerda aquel anuncio y las semanas que siguieron. Las semanas, y no exageramos en esto, más extrañas de nuestras vidas.
En el reportaje hablan escritoras como Marta Fernández-Muro o Sabina Urraca, intérpretes como Diego Martín, Julia de Castro o Pol Monén, diseñadores como Alejandro Palomo, músicos como Juan Aguirre de Amaral o Karmento, personalidades de las redes como Nerea Pérez de las Heras, personalidades de la televisión como Mario Vaquerizo... y unos cuantos más. Entre mis crónicas favoritas está la de Máximo Huerta, que relata que cuando se enteró de lo del confinamiento estaba disfrazado de gamba.
Grandes sabios y grandes charlatanes se han empeñado desde hace siglos en dividir el mundo en dos tipos de personas. Albert Einstein dijo que están las que creen que todo es un milagro y las que creen que nada lo es. Los bros engañabobos de las redes sociales suelen decir que están las que buscan oportunidades y las que las crean. Britney Spears cantaba que están los que entretienen y los que observan. Desde la pandemia, yo he encontrado otra dicotomía facilona e instantánea: los que pasaron un confinamiento feliz y los que lo consideraron un infierno. Dice muchísimo de uan persona, pruébelo si tiene la confianza suficiente para preguntarlo. No hay un lado del espectro mejor que el otro. Haber gozado del enclaustramiento no te convierte en mejor persona que haber pasado dos meses de desquicie y desolación. Simplemente te convierte en alguien más fácil de identificar. Ah, que es usted de esos.
Estamos todos un poco hartos de todo lo que tiene que ver la pandemia. ¿Otro artículo sobre aquello?, nos preguntamos en la oficina estos días cuando discutíamos este repaso coral al confinamiento. ¿Alguien lo leerá? En esta misma redacción, desperdigada en los hogares de cada redactor pero evocada y reconstruida vía Zoom durante todos aquellos días de encierro, notamos que los artículos de ICON que tenían que ver con lo que estaba ocurriendo (obviamente más centrados en el lado más funcional, estético y frívolo del asunto, lo grave y trascendente ya lo estaba cubriendo el periódico) no funcionaban. Nada relacionado con la pandemia en plena pandemia tenía demasiado tráfico en ICON. El público quería leer crónicas de grandes estrellas de Hollywood, ver fotogalerías de objetos y lugares bonitos o leer entrevistas que hablasen de otra cosa que no fuese la enfermedad. Supongo que la otra gran lección del encierro es que aprendimos muchísimo sobre evasión, que siempre es un buen aprendizaje.
Yo (no se creería usted que no iba a convertir esta newsletter en una crónica sobre mí mismo) recuerdo que, como no podíamos viajar, vi mucho cine (gracias, Filmin) donde se mostraban mis sitios favoritos. Mucha Italia (llámeme excéntrico, ¡a nadie más le gusta Italia!), mucha Francia (¿a la gente le gusta Francia más allá de París y de ese trozo de Cannes cubierto por una alfombra roja?), un par de portuguesas, un par mexicanas... Mucho Real Housewives: imagínese qué placer ver a esas mujeres de Beverly Hills peleándose en mansiones y arrojándose copas de vino caro entre sí mientras el mundo se venía abajo. La labor social que hizo Sálvame y sus conexiones con la cocina rosa de Belén Esteban para enseñarnos a hacer sus croquetas no se le reconocerá nunca suficientemente. Nosotros sufríamos por el encierro, pero Alfonso Merlos y Marta López (si explico esto no terminamos nunca, búsquelo en Google) sufrían aún más.
Una vez, como Máximo Huerta, también me encontré metdo en un disfraz. Me disfracé de pollo y participé en una videollamada con amigos un viernes noche, botellas de vino mediante. Todos estaban muy felices, también disfrazados de cosas, pero a mí, verme así, un pollo gigante en una pantalla pixelada y encerrado en su casa, me puso tremendamente triste. No duré mucho en la videollamada. Colgué, me fui a la cama y vi Bocaccio 70. Concretamente la parte de Las tentaciones del doctor Antonio. ¿La ha visto? ¡Qué buena es! No recuerdo de si me quité el disfraz de pollo. Es cómodo para dormir. Dormir era mi otra actividad favorita en aquellos días. Durmiendo me encontraba con la gente a la que ya no podía ver. Hasta se me apareció algún muerto. Me pregunto qué pensarían al verme durmiendo y vestido así.
Hasta la semana que viene.
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