Buenas:
Qué fuerte lo de Cerdán, Ábalos y el PSOE. Lo sé, lo sé: tengo que escribir algo sobre este tema para este boletín, pero el caso me ha pillado recién regresado de vacaciones y no se me ha ocurrido (aún, espero) un buen enfoque.
Pero, por supuesto, para tonterías siempre hay tiempo: leía en el periódico que la Casa Real quizás se ha liado con las invitaciones al acto del 40º aniversario de la Firma del Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea. La institución invitó a una influencer especializada en moda, Patricia Fernández, pero otra influencer, también llamada Patricia Fernández y especializada en cultura, se enteró y aseguró —sin pruebas, como se suele decir— que la Casa Real se había liado y se había equivocado de Patricia Fernández. A lo que algunos usuarios de redes han respondido que hay una tercera Patricia Fernández que tiene un perfil aún más ajustado a lo que —a lo mejor— buscaba la Casa Real.
La conclusión es obvia: no hay que invitar nunca a influencers a nada. O a gente que se llame Patricia Fernández. Ahora dudo.
Aparte de eso, el caso me ha recordado a un experimento mental que el filósofo británico Derek Parfit (1942-2017) proponía en su libro Razones y personas.
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Supongamos que la Casa Real invita a Patricia Fernández (la que sea, da igual) a uno de estos actos. Fernández aprovecha la invitación para promocionar en sus redes un nuevo invento a cambio de unos cuantos centenares de euros: una máquina de teletransporte. Fernández no se molesta en leer el manual de instrucciones, entra en la cabina e introduce la dirección del Palacio Real.
El experimento funciona y Fernández llega al acto, se hace 119 fotos y 62 vídeos, le cuenta un chiste verde al arzobispo de Madrid y llama Leti a la reina. Para volver a casa, regresa a la máquina, que ha aparcado en la puerta, y aparece de nuevo en su salón.
Al día siguiente, un técnico de la empresa le pregunta qué tal ha ido todo y ella contesta que estupendamente. Pero durante la conversación él le explica cómo funciona la máquina, dando por hecho que ella ya lo había leído en el manual. El cacharro escaneó la información de todas sus células y las destruyó, para luego volver a reconstruirlas en la puerta del palacio. Es decir, la máquina desintegró a la influencer y la reemplazó con un clon. Y en el viaje de vuelta, lo mismo.
No se trata de un clon al uso, es decir, de otra persona con el mismo ADN: las tres Patricias conservan sus recuerdos e incluso la misma quemadura que la primera de ellas se hizo esa mañana con la cafetera. En su experiencia, lo único que ha pasado es que se metió en una máquina que la llevó de forma instantánea al Palacio Real.
Nos puede parecer obvio que la Fernández original y la de la fiesta han muerto, y que la que llegó a casa es una tercera Fernández, pero hay continuidad psicológica: la tercera, a todos los efectos, seguirá con la vida de la primera sin que para ella suponga ningún problema en la práctica, ya que es como se siente.
Hasta que su hermano decida que la verdadera Patricia Fernández murió y la lleve a juicio para heredar. ¿Pero qué decidirá el juez? ¿La tercera Patricia es otra Patricia aunque tenga el mismo ADN y el mismo DNI? ¿En qué se basará para decirlo?
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Una imagen de 'The Prestige', de Christopher Nolan. Es casi un spoiler, pero la película es de 2006 y el libro de 1995.
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Como Patricia Fernández necesita dinero para pagar a sus abogados, acepta hacer otra promoción de la máquina. Se mete en la cabina, resignada, e introduce la dirección de una fiesta. Pero no ocurre nada, se queda donde está.
Decide ir a la fiesta en taxi y al llegar ve que allí hay otra Patricia Fernández. Tras el comprensible alboroto, las dos Patricias buscan un sitio tranquilo y llaman al técnico de la empresa de teletransporte, que les explica que ha habido un problema. La máquina ha fallado y no destruyó a la primera Patricia, pero aun así creó a la Patricia que llegó a la fiesta. No os preocupéis, les dice, pero venid a verme a la oficina ahora mismo.
Una vez allí, el técnico las hace pasar a un despacho:
—Esto lo arreglamos enseguida. Supongo que leísteis las condiciones de uso en la app antes de pinchar en aceptar.
El técnico abre un armario, saca una escopeta y termina el proceso de teletransporte eliminando a la primera copia.
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¿Quién es Patricia Fernández?
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Michael Keaton, Michael Keaton, Michael Keaton y Michael Keaton en 'Mis dobles, mi mujer y yo' (1996), de Harold Ramis.
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En su Tratado de la Naturaleza Humana, David Hume escribe que no somos más que “un haz o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo”. Es decir, lo más importante es la continuidad psicológica. Pero, claro, Hume vivió antes de Star Trek.
Parfit, que sí pudo conocer Star Trek, opina que la continuidad física no es tan fundamental como creemos y nuestra identidad es más frágil de lo que parece. ¿Qué ocurre, por ejemplo, si tenemos mala memoria y no recordamos casi nada de lo que nos ha ocurrido? ¿Tenemos menos identidad que otra persona que lo recuerda todo?
Hace unos años entrevisté a Alfonso Muñoz Corcuera, profesor de Filosofía en la Universidad Georgia State, para comentar estos experimentos mentales de Parfit. Me explicaba que la identidad es un conjunto de muchas cosas: nuestra memoria, nuestro cuerpo, nuestro cerebro… Y hay también factores sociales, ya que en parte somos quienes somos porque los demás nos reconocen como tales, desde nuestra familia al Estado, que nos da un DNI y un pasaporte.
Este experimento mental no es solo un pasatiempo: la identidad personal está relacionada con temas como el aborto, la eutanasia y la muerte. Por ejemplo, para un médico puede ser relativamente fácil decir que una persona en muerte cerebral ya no está viva, aunque su cuerpo siga respirando y su corazón continúe latiendo con asistencia, pero una familia sigue viendo a su padre.
También en la justicia nos encontramos con casos que nos hacen reflexionar sobre quiénes somos y quiénes éramos. Por ejemplo, cuando leemos historias sobre personas que han de ingresar en la cárcel 20 años después de haber cometido un delito menor. En estas ocasiones, podemos estar de acuerdo en que la responsabilidad personal ha quedado diluida, hasta el punto de que les creemos cuando usan expresiones como "ya no soy la persona que era entonces".
En conclusión, si la Casa Real me invita a algo y me apetece tomarme una copita de cava gratis, yo tampoco pondré en duda si quería invitarme a mí o a otro Jaime. A veces ni yo mismo soy yo.
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