El boletín de Materia

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francisco doménech

¡Saludos! Soy Francisco Doménech y este es el boletín de Materia, la sección de ciencia de EL PAÍS. Uno de los grandes placeres de elaborar este correo semanal (y espero que, de alguna manera, también de leerlo) es que da otra perspectiva sobre la actualidad científica. A veces, aquí descubrimos juntos curiosas conexiones entre diferentes temas que hemos ido publicando en los últimos siete días; en otras ocasiones, comentar las investigaciones más importantes de la semana nos da pie a recordar noticias anteriores —que escribimos hace meses o hace años— sobre las mismas grandes cuestiones que la ciencia se plantea. De alguna manera, somos testigos aquí de cómo el conocimiento científico va avanzando y se va acumulando, granito a granito.

Si la semana pasada publicábamos una entrevista con Beth Shapiro, la directora científica de una empresa biotecnológica cuyo gran reto es desextinguir al mamut, esta semana os contamos cómo unos científicos han logrado, contra todo pronóstico, rescatar el ARN más antiguo de un mamut, de una cría que murió acosada por leones de las cavernas hace 40.000 años. Y eso abre una nueva e inesperada vía hacia lo que denominamos la desextinción de especies:

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“Aislar ARN nos permite conocer mucho mejor cómo era su biología cuando estaban vivos”, resume Emilio Mármol, primer autor del estudio. La snuevas herramientas de análisis molecular permiten recuperar mucha más información biológica. Hasta ahora se había conseguido extraer ADN de mamuts de más de un millón de años. En ocasiones los restos están tan bien preservados en la tierra helada que conservan su estructura tridimensional original. Y hace apenas un mes, miembros de este mismo equipo consiguieron rescatar el ADN no solo del mamut, sino de las bacterias que vivían en su tracto intestinal.

Si el año pasado hacíamos un recorrido por recientes investigaciones sobre la amistad entre perros y humanos, que habían encontrado una base para explicar su origen —y si años antes, os relatábamos la búsqueda científica del gen cariñoso que convirtió en perros a algunos lobos—, esta semana una de las investigaciones más relevantes que ha publicado la prestigiosa revista Science, escaparate de la mejor ciencia mundial, tiene que ver con ese tema.

Y es que la extrema diversidad de razas de perros nos acompaña desde hace miles de años, no es fruto del capricho de los humanos en los últimos siglos:

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Puestos sobre una matriz 3D, emergen varias evidencias. La primera es que los 17 especímenes de finales del Pleistoceno (hace unos 11.700 años) de los que había dudas son “morfológicamente lobos”, dice el estudio. Los 374 perros de los inicios del Holoceno (la época geológica actual) tenían cráneos que se solapan con los de los 158 canes actuales usados en la muestra (tanto de pedigrí, como de la calle o mixtos). Los tres primeros perros, según su morfología, son animales que se encontraron enterrados junto a sus supuestos dueños en el yacimiento de Veretje, en la actual Rusia. El más antiguo lo habían datado con una antigüedad de entre 11.145 años y 10.724 antes del presente.

Si el mes pasado salíamos al paso de la extraordinaria hipótesis de que el cometa 3I/ATLAS podría ser una nave alienígena —que se había viralizado en redes sociales porque la lanzó un físico de Harvard— y os contábamos que los verdaderos expertos en ese campo consideraban esas especulaciones como descabelladas, ahora ha sido captada, a través de un radiotelescopio en Sudáfrica, una señal de radio llegada desde el objeto interestelar, que termina por desmentir que sea una nave de una civilización extraterrestre:

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Según explica Michael Küppers, científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), esta observación confirma que uno de los componentes principales de los hielos del núcleo es el agua, “lo normal en un cometa”. Küppers añade que señales similares se han detectado en numerosos astros del sistema solar, lo que refuerza la interpretación de que se trata de un objeto natural y no de algo excepcional, como sugieren algunas hipótesis especulativas, que hablaban incluso de una nave extraterrestre.

Si a principio de año viajábamos hasta la Antártida, para acompañar a una expedición española que había detectado la propagación de la gripe aviar letal por la fauna del último continente virgen, ahora hemos sabido que esa pandemia de las aves ha vuelto a saltar a otra especie de mamíferos, con consecuencias también devastadoras. La gripe aviar arrasa la mayor población de elefantes marinos del mundo, en la remota isla antártica de Georgia del Sur, donde la mitad de las hembras ha desaparecido:

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El virus saltó allí rápidamente a los mamíferos. El equipo de Connor Bamford ha utilizado drones para contar las hembras de elefante marino en las tres principales colonias de Georgia del Sur. Antes del brote de gripe aviar había unas 10.000. Tras la llegada del virus, casi la mitad desaparecieron. Si los resultados se extrapolan a toda la población de la isla, son 53.000 hembras menos, un golpe durísimo para el elefante marino del sur, una especie que hasta ahora se consideraba fuera de peligro. Hace dos décadas, había unos 700.000 ejemplares en todo el mundo, según el último censo de su población.