¡Hola!
Soy Guillermo Alonso y la última vez que le escribí fue hace un mes. Entonces le hablé de discotecas. Hoy voy a hablar de penes.
Un titular en el que tal o cual actor confirma que el pene que ha enseñado en una película es suyo sería impensable no hace demasiados años. Por dos cosas. Primero, porque en el cine más comercial que llega de Hollywood el desnudo frontal masculino fue un tabú durante décadas. Tuvo un breve despertar entre los setenta y ochenta, cuando estrellas como Richard Gere o Tom Berenger lo mostraban sin pudor, pero si uno quería ver penes era mejor que se aficionase al cine europeo. Segundo, porque uno pensaría que un pene siempre pertenece al cuerpo del que sale, es una cuestión de lógica anatómica. Pero en la era en que, streaming mediante, el pene despertó y empezó a dejarse ver, también despertó la moda del pene prostético, ese pene de mentira que se pone encima del pene de verdad y, gracias a la magia de la iluminación, el maquillaje y el enfoque adecuado, da el pego.
El prostético mata dos pájaros de un tiro: el de la vergüenza, porque el pene que el espectador ve no es el del actor, sino uno de mentira muy bien hecho, y el de la vanidad, porque un pene prostético puede ser tan grande como el actor o el director quieran. Y seamos honestos: ya que un actor se lo pone, elige uno bien vistoso.
Que los espectadores, las redes y este mismo artículo hablen del asunto (¡penes!) da la razón, en parte, a esas voces conservadoras que defendían que un actor no debía aparecer frontalmente desnudo en una película con cierta ambición comercial. Decían que un pene llama demasiado la atención. Que si en una escena aparece un pene, los espectadores solo van a pensar: ¡un pene!, lo cual hace un flaco favor a la historia. Ocurrió, por ejemplo, en Juegos Salvajes, que se convirtió en la película donde Kevin Bacon enseñaba el pene. ¡Un pene! También en El color de la noche, convertida en la película donde Bruce Willis enseñaba el pene. ¡Un pene! O en cualquiera de las diez primeras películas de Ewan McGregor. ¡El pene de Ewan McGregor, casi un subgénero en los noventa y primeros 2000!
Esta cosa infantilista nos impidió ver los penes de otros, como William Baldwin, Kevin Costner o Colin Farrell en Sliver, En el amor y el juego o Una casa en el fin del mundo. Decían los productores: si hay pene, solo hablaréis del pene. Así que no pene. Entre usted y yo, una desgracia. Por supuesto, tetas todas las que quiera. Porque las tetas siempre estuvieron ahí, a la vista de todos.
Yo me temo que ahora que hay penes pero no sabemos si son de verdad o de mentira pueden aumentar esas preocupaciones sobre el déficit de atención del espectador enfrentado a un pene. Ahora el espectador ya no solo gritará "¡un pene!", sino que luego se preguntará "¿un pene?" y se girará para debatir con los espectadores de al lado si creen que es de verdad o de mentira.
Uno de los primeros penes de mentira que vimos los espectadores fue en Boogie Nights, la fantástica odisea de Paul Thomas Anderson sobre el porno de los setenta en el valle de San Fernando. Era necesario, claro: el protagonista es un joven que tiene un pene enorme y se convierte gracias a él en una estrella del porno. El protagonista, Mark Wahlberg, lució un pene de mentira en la célebre escena final, en la que en un intento de volver a quererse a sí mismo se saca el falo delante del espejo antes de entrar en el set de rodaje. Wahlberg dijo que se arrepentía de aquel papel, por cierto. Pobre idiota.
Simon Rex también lució uno en Red Rocket, la anterior película del ahora muy celebrado Sean Baker (Anora) en la que interpretaba a una estrella del porno en horas bajas. Lo más curioso es que a Simon Rex ya le habíamos visto el pene porque tuvo un pasado en el porno, hace mucho tiempo, y digamos, para ser elegantes, que no creíamos que necesitase prótesis alguna, pero él se la puso y, orgulloso, afirma que se la guardó y la tiene de recuerdo en casa. Siempre me pregunto dónde se guarda eso, si se cuelga de la pared de la cocina como los pimientos o se esconde con cierto decoro en un cajón, como un vibrador, o mejor se mete en una urna y se exhibe en el salón, como un objeto sagrado. En España hubo en su día una gran intriga (nunca resuelta) por saber si el pene que Mario Casas lucía en la serie Instinto (no se preocupe, normal que no la recuerde) era suyo o era una prótesis. La discusión fue un tanto pueril, sí, pero también lo fue la promoción de la serie: los desnudos de Mario Casas fueron el gran reclamo y el propio actor se prestó a participar de él. Que solo se hablase de su pene en una serie promocionada como la serie en la que se veía su pene fue una sorpresa para nadie.
Por supuesto, si la gente se preguntaba eso sobre el pene de Mario Casas en Instinto es porque era, en fin, generoso, hermoso, vistoso, no menor. Nadie se lo habría preguntado si fuese un pene normalito, habitual, porque nadie considera que si un actor tira de un prostético sea para ponerse un pene normalito, habitual. Y ojo, que aquí estamos hablando de penes, pero las prótesis también se usan a menudo en actrices. Los pechos de Margaret Qualley en La sustancia, donde da vida a un personaje anatómicamente perfecto, también eran unas prótesis muy bien hechas. Como también lo fue el célebre culo de Penélope Cruz en Volver. Pero los penes siguen siendo los que más llaman la atención porque vivimos en un mundo de penes: ha arrasado Donald Trump y David Bustamente hace chistecitos con que alguien "pierde aceite" en 2024 en La revuelta, a su vez un programa que es un auténtico campo de nabos.
Es la era de la postverdad en los penes: ¿es este pene de verdad? ¿Es este pene de mentira? ¡Ya no hay gloria en enseñar el pene en una pantalla si nadie va a saber si es el tuyo! ¿O, por el contrario, ha creado una nueva forma de ilusión y de fantasía, una nueva capa en la suspensión de la incredulidad de la que siempre se alimentó el cine? Por ahora podemos decir que ha surgido la resistencia, los que dan un paso al frente y dicen:
—¡Esa polla es mía!
Lo han hecho, últimamente, Cooper Koch (ha podido ver usted su pene en la serie Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez) y Barry Keoghan (lo ha podido ver en Saltburn). Y sí, es exactamente lo que está pensando: el público pensaba que eran prótesis porque sus penes parecían... generosos, hermosos, vistosos, no menores. Es la otra forma de vanidad: si todo el mundo está diciendo ese pene es demasiado bonito para ser verdad, hay que salir ahí y aclarar que es verdad.
Hasta la semana que viene.
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