A veces, una recibe regalos inesperados. Así ocurrió la semana pasada, en una tarde en la que la pereza de cruzar Madrid en metro estuvo a punto de vencerme. La nueva librería Balqis, uno de esos lugares donde apetece quedarse a vivir, organizaba una lectura de poemas escritos por mujeres afganas. Mujeres, afganas, poesía... Las tres palabras juntas eran un argumento de peso. No indagué más y fui, sin planear escribir nada sobre aquella presentación. Quiero pensar que lo que me encontré al llegar fue una de esas alineaciones de casualidades felices que se producen de vez en cuando y que me hacen sentir afortunada y querer este oficio aún más. Los poemas que leyó esa tarde la escritora Clara Janés (sillón U de nuestra Real Academia Española) eran versos recitados por las mujeres pastún de Afganistán en los años setenta y ochenta. A menudo analfabetas, estas campesinas y madres de familia los improvisaban y clamaban cuando estaban en grupo, trabajando, yendo a buscar agua, tejiendo, cuidando a los niños... Algunos se olvidaban, otros, eran repetidos hasta memorizarse.
El poeta Sayd Bahodín Majruh, sensible a los pisoteados derechos de las mujeres de su país, los escuchó, y pidió a su hermana que se acercara a esos grupos femeninos, los anotara y se los transmitiera. Es una poesía primitiva, terrenal, simple, pero intensa, cargada de ritmo, osadía y pasión. Bahodín Majruh dejó decenas de poemas escritos antes de ser asesinado en Afganistán, y, gracias a un escritor y amigo francés, fueron publicados por la editorial Gallimard en 1994. Años después y por casualidad, Clara Janés se topó con el libro en París, la voz de esas mujeres la estremeció y propuso una versión en español, comentada y contextualizada a Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, que los publicó en 2002 con el mismo título que llevaron en francés: El suicidio y el canto. Sí, en 2002. Llegamos más de 20 años tarde a este poemario. Pero llegamos. Definitivamente, el tiempo de los libros es otro, totalmente imprevisible y a veces mágico.
No sé vosotros y vosotras, pero a mí me sorprendió descubrir que una afgana, hace 50 años, se expresara así, dirigiéndose a su amante: "Tómame primero entre tus brazos y estréchame, solamente después podrás anudarte a mis muslos de terciopelo. "Tú estabas oculto detrás de la puerta, yo me frotaba los senos desnudos y tú me entreviste". “En secreto ardo, en secreto lloro, soy la mujer pastún que no puede desvelar su amor”.
O así, refiriéndose a su marido, al que estas afganas llaman "pequeño horrible": "Que esta roca me aplaste con su peso, pero que nunca me roce la mano de un marido viejo". "Dios, llévate a este viejo esposo, que monta la guardia de mis noches y duerme todo el día". "Pequeño horrible, coge el fusil y mátame. Mientras me quede vida, no renunciaré a mi amante" Leyendo el libro, me imaginaba a estas mujeres, en corrillos, recitando en voz baja, con picardía y risas, sollozando de pena o temblando de miedo, dependiendo del humor o de los acontecimientos del día.
Aún conmovida por estos versos, fui a la planta baja de la librería, donde en una galería diminuta, había otro pedazo de Afganistán. Mahnaz y Somayeh Ebrahimi, dos chicas hazara, minoría chiita perseguida en este país, mayoritariamente pastún, hacen fotos con su móvil desde que los talibanes volvieron al poder en 2021. Recrean su realidad, la escenifican con sus escasos medios técnicos y mandan potentes mensajes al mundo. Pero nadie los había escuchado hasta que Edith Arance, la encargada de la galería, las descubrió por casualidad en Instagram. Sus fotografías hablan de las mujeres silenciadas, de un país en ruinas, de las alas cortadas de las estudiantes, del deseo de volar y ser libres, del derecho a amar sin imposiciones.
Si me leéis desde Madrid os recomiendo mucho que vayáis a verlas y si es posible, a una de las visitas guiadas que hace Edith, contando detalles de la vida y del trabajo de las dos jóvenes fotógrafas, que aún no pueden creer que haya gente en España viendo su trabajo, que exige correr riesgos y desafiar los dictados de los talibanes, empeñados en acallar a las mujeres.
Si he titulado esta newsletter supervivientes es porque es el regusto que me quedó de aquella tarde repleta de mujeres valientes y también porque esta semana en Planeta Futuro hemos escrito sobre otras personas extraordinarias que también lo son: Shigemitsu Tanaka, habitante de Nagasaki y premio Nobel de la Paz, las mujeres libanesas que lideran la asistencia humanitaria tras el alto el fuego, las chilenas exiliadas durante la dictadura que empezaron de cero o Mahmoud Alhaj, un artista palestino que retrata Gaza a través de la transformación de la violencia contra su población.
"No quiero ser solo una víctima", dijo Alhaj en varios momentos de la entrevista que le hicimos en Madrid.
Gracias por leernos, hasta la semana que viene,
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